MÉRIDA, Yucatán, lunes 27/08/18.- José Manuel Álvarez Pérez nunca imaginó en su natal San Andrés Tuxtla, Veracruz que recibir una caja para bolear zapatos a sus 11 años se convertiría en el inicio de un largo viaje de trabajo y superación personal que lo traería a Yucatán, donde se ha convertido en un exitoso empresario dedicado al entretenimiento en fiestas infantiles.

“Mi infancia fue muy bonita, la disfruté mucho. Aunque no nos faltaba nada, mis papás me hicieron saber desde muy pequeño el valor del trabajo y de ganarse su propio dinero”, cuenta Pepe Álvarez

Un recuerdo que tiene en la memoria como si hubiese sido ayer, fue cuando le pidió unas monedas a su padre para comprar golosinas. “Si quieres algo tienes que chambearle”, le contestó en ese momento a un Pepe que estaba por salir de la primaria.

Sorprendido por la respuesta pese a que la familia tenía un negocio de comida, el tiempo pasó. Un día, y sin esperarlo, Pepe recibió el que califica hasta hoy como “el mejor regalo de su vida”: una caja de bolear zapatos que le obsequió su madre. A partir de ese momento empezó limpiando el calzado de sus hermanos, de sus amigos y de sus vecinos. Por aquella época cobraba dos pesos por boleada que gastaba en dulces.

Con el transcurso de los meses e inquieto por la chispa del trabajo y sin descuidar los estudios, dejó la boleada para lavar coches, luego se hizo mandadero en el mercado de San Andrés Tuxtla y, al año siguiente, entró de cerillito en un supermercado. Para ese entonces ya ganaba quince pesos al día.

“Todas esas chambas me ayudaron a no tener pena, a desenvolverme y a vencer mi timidez”, revela.

La “cosquillita” de salir de su ciudad natal no despertó sino hasta que cumplió 15 años. La visita de uno de sus hermanos, quien para ese tiempo ya vivía en Mérida, fue lo que lo impulsó definitivamente a probar suerte en Yucatán.

Ya en territorio peninsular, Álvarez Pérez se dio cuenta de lo difícil que estaba la cosa: no conocía a nadie, ya no estaban sus padres en casa y tenía que ingeniárselas para hacer prácticamente todo solo, desde ver qué comer hasta lavar su ropa. Con la secundaria ya terminada, entró de chalán en una llantera cercana a la avenida Itzaes.

Fue durante esta etapa cuando empezó a desarrollar gastritis, pues durante dos años su dieta diaria consistió en dos tortillas, un pedazo de pastel pimiento y un juguito Friolín.

Llegó el momento de entrar a la preparatoria y Pepe se consiguió una franela para ocuparse como “viene viene”, trabajo que caminaba con sus estudios de bachillerato en la Felipe Carillo Puerto.

Aunque considera que nunca fue bueno para las clases, logró terminar la prepa y siguió trabajando. Estuvo tres años en una fábrica de aires acondicionados, fue vigilante en los supers San Francisco de Asís y el extinto Carrefour, al norte de Mérida, mesero en los Bisquets Obregón e incluso trabajó en Kentucky Fried Chicken.

Debido a lo anterior, su andar universitario empezó un poco tarde. A los 22 años se matriculó en la UMSA para estudiar Filosofía. Completó ocho semestres de la carrera, sin embargo, abandonó porque no sentía que fuera lo suyo. Alrededor del cuarto semestre se había conseguido un trabajo como maestro de educación física en un jardín de niños, lugar donde vivió momentos de aprendizaje no solo a nivel profesional sino personal.

También consiguió empleo en una empresa dedicada a animar festejos infantiles con juegos y actividades recreativas.

Con el paso del tiempo, Pepe decidió independizarse para dejar de recibir órdenes de jefes y además poder ser dueño de su horario. Ya estaba fastidiado de ganar 100 pesos diarios y tener que vivir al día.

Con ese objetivo en mente, formó su pequeño negocio de animación de fiestas llamado PP Kids, a la par de comenzar una nueva licenciatura, ahora en Entrenamiento Deportivo, a sus 32 años. Un poco tarde, pero finalmente descubrió lo que realmente le apasionaba en la vida.

Tres años después, y de manera totalmente inesperada, dio un vuelco de 180 grados a su vida. Fuera de todo fanatismo, se acercó a Dios. Desde ese día se sintió más tranquilo, más generoso y más en paz consigo mismo. “Todavía lo recuerdo, fue como si alguien me aporreara bien fuerte, es a partir de ahí cuando las cosas verdaderamente empiezan a mejorar para mí en todos los ámbitos”, afirma.

“Tenemos que ir mejorando siempre, no debemos engancharnos ni con las personas ni con las situaciones que pasamos”.

Hoy día Pepe vive con una filosofía inspirada en Robert Baden-Powell, fundador del movimiento scout mundial, que es tratar de dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos.

Ocho años después de haber fundado PP Kids, la empresa pasó de dar empleo a dos personas a más de cuarenta, la mayoría de ellos jóvenes estudiantes que, al igual que Pepe en su momento, buscan ganar su propio dinero. El número de eventos también creció exponencialmente, pues cuando iniciaron tenían uno, dos o hasta tres por mes. Ahora han realizado hasta 60 por mes y 20 en un solo fin de semana.

“El trabajo no es hacerla de nanas en las fiestas, me gusta decir que nos dedicamos a crear experiencias maravillosas en los niños, hacerlos pasar momentos divertidos que los hagan sentirse bien”, comenta.

Hoy, a sus 39 años, Pepe asegura que el éxito de su negocio es que haberle impreso creatividad, pero también tiempo y cariño. En su opinión, estos dos últimos son factores que son claves en el desarrollo de una marca exitosa.

“Para ser emprendedor el dinero no debe ser lo que nos deslumbre, ese va a llegar en algún momento, lo importante es que te guste lo que hagas, que te apasione y le parezca atractivo al cliente”, sentencia.

“Quiero difundir este mensaje de esperanza, de que con trabajo y esfuerzo sí se puede salir adelante. La vida es dura, por supuesto, pero sí se puede, no se den por vencidos”, finaliza.